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Políticos católicos: ¿vergonzantes o cobardes?
 
Salido del horno
René Mondragón
 
EUM SEIE 12 octubre 2017.-
 
Lectoras y lectores maravillosos que honran al escribano cuando comentan estos trabajos, hicieron llegar a nuestra mesa de tareas algunas consideraciones y reflexiones de la organización JUNTOS POR MÉXICO.
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Se trata de una propuesta testimonial del Evangelio para construir una sociedad libre, responsable y justa, donde florezca la paz y se respete la vida en todas sus etapas y expresiones. Indudablemente, es genial la Misión.

De visita
En el evento reciente que organizaron, recibieron la visita de Mons. Franco Coppola, un Nuncio de gran calado, nombrado por el Papa Francisco para comprender y aportar en países como el nuestro.
Coppola se sorprendió de una estadística: 80 por ciento de los mexicanos se declara católico, pero –observa el Nuncio- “escasean los católicos que actúan en política”. Lo dijo ante una audiencia de 5,000 laicos de 80 movimientos católicos. El extrañamiento fue directo y fuerte. Los políticos católicos, aquellos que “profesionalmente deberían tratar de conseguir el bien común”, se les ve poco y tienen escasa presencia en esos espacios.

Ciertísimo: formar conciencia ciudadana
La frase fue lapidaria: hay liderazgos políticos que solo miran encuestas, palpan redes sociales, atienden la opinión común” –y lo peor de todo- SE LIMITAN A SEGUIR, en lugar de GUIAR A LOS CIUDADANOS. Esto es, si el político católico no forma la conciencia de los ciudadanos, ¡NO SIRVE!, en más de un sentido.
Es importante el fondo de la expresión, porque “conciencia” se deriva de dos voces latinas: “Cum”, que significa “Con, y “Scientia”, que significa “Conocimiento”. Y este esfuerzo es lo que permite crear y fortalecer el tejido social a partir del propio fortalecimiento y consolidación de la familia. Aquí mismo “nace” el compromiso del político católico en particular y del político en su sentido más amplio.
“Formar conciencia ciudadana” implica también, “empoderar” a la sociedad para que el diálogo constituya la base política para que la democracia sea plena, así lo señalaron los convocantes en un manifiesto. Y lo sintetizaron en una verdad de Perogrullo: “el poder, en realidad, confiere la fuerza, pero es el amor el que da la autoridad”
No se trata de “darle poder” a la sociedad, porque el poder ya lo tiene. Los liderazgos políticos dependen totalmente de los ciudadanos y no a la inversa. Se trata de “liberar” ese magnífico poder ciudadano y generar una nueva gobernanza democrática, en expresión del Dr. Luis Villanueva Aguilar, sin miedo a abrir los espacios a la participación de la sociedad en la toma de decisiones de gobierno.

El caso de Finlandia
Al escribano le producen ciertos estertores crepitantes de sonora proyección externa –nombre científico de las trompetillas- cuando se ven políticos “católicos” a quienes les da pena que los vean en Misa, comulgando, en la fila de la confesión o leyendo la liturgia de la Palabra. Esos tales, o son un cúmulo de sepulcros blanqueados, católicos vergonzantes o, de plano, cristianos llenos de cobardía.
Para todos esos, el testimonio de Timo Soini (si alguno de mis lectores me puede indicar cómo se pronuncia, porque a esa clase de finlandés llegué tarde) es elocuente.
El ministro Soini se declara defensor de “los valores no negociables”. Es un político católico, Ministro de Relaciones Exteriores en un país donde apenas se cuenta con un Obispo y una grey de 14 mil católicos y 26 sacerdotes y es fruto de un gobierno de coalición.
Timo Soini se declara militante provida, defensor de la familia y del matrimonio entre hombre y mujer. Se dio a conocer públicamente, en virtud de su insistencia en que se hiciera referencia a las raíces cristiano católicas de Europa, en la Constitución de la UE.
Igual se refiere a “lo hermoso de la tolerancia” de Finlandia, un país luterano. Es un político de fondo. Cundo lo cuestionan sobre las deficiencias existentes en la Iglesia, recurre a las expresiones de San Juan Pablo II y asegura que, por la presencia de algunos tomates podridos no se puede descalificar toda la cosecha.
Reconoce la apertura y pluralidad de la sociedad finlandesa y sus autoridades, al tiempo de no soslayar un hecho: no consiguen que más gente acuda a las iglesias católicas.
Hoy, así considera el escribano, asustar a los mexicanos con el fetiche del “estado laico”, equivale a difundir las idioteces de los que “vaticinaron” que los sismos y las inundaciones, eran la obertura para el fin del mundo.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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