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Quién es quién en el 2018: “Por México al Frente”
 
La coalición “Por México al frente” está compuesta por el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución Democrática (PRD), y el Partido Movimiento Ciudadano (MC). Es la primera vez que el PAN hace una alianza con dos partidos para ir a elecciones presidenciales, y lo más llamativo es que son dos partidos de izquierda.
Luis Fernando Bernal
 
EUM SEIE 22 enero 2018.-
 
Desde su origen y aún en su época dorada, Acción Nacional vivió la lucha interna de varias corrientes, en disputas que básicamente eran ideológicas. Sin embargo, el momento clave que lo llevó a enfrentar un serio dilema de identidad fue cuando pasó de ser ese partido testimonial y de oposición permanente, para volverse un partido en ejercicio del poder. De esa crisis de identidad no ha salido aún y en esas anda el partido desde hace casi tres décadas: Desde que decidió hacer acuerdos con el gobierno salinista; desde que Fox guardó los principios de doctrina en un cajón; desde que Felipe Calderón, como presidente de México, intentó controlar con rienda corta a su partido a través de dos gestiones francamente lamentables, como fueron las de Germán Martínez y César Nava.
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Es fácil decir que el verdadero PAN es el de Gómez Morin y el de González Luna, ahí no hay riesgo. Pero de treinta años para acá, ¿cuál es el verdadero PAN?, ¿el de Diego Fernández de Ceballos, que, dado su frecuente trato con Los Pinos, se volvió operador político de un gobierno del PRI?; ¿el de Fox, que terminó abandonando al PAN para apoyar a candidatos del PRI?, o ¿el del calderonismo, del que miembros muy destacados están apoyando ahora al candidato del PRI?
Ese proceso de “priízación” que Acción Nacional ha vivido, en realidad revela una dolencia enraizada que afecta gravemente al país: La estructura mafiosa de poder que construyó el PRI a lo largo de 70 años y cuyo motor fue y sigue siendo la corrupción, no ha podido ser desmontada, ni con la alternancia en el gobierno federal, ni con la alternancia en los gobiernos locales, ni gobernando la oposición de izquierda, ni la de derecha; ni siquiera aún con las reformas económicas. El sistema siguió funcionando y el PAN y el PRI se fueron mimetizando ya como partidos en el poder.
Ricardo Anaya no fungió como el aguafiestas en un partido sólido, con una vida interior sana y dinámica, orgulloso de su ideología y que generara propuestas definidas con sello propio para mejorar a México, como muchos analistas actuales hacen pensar. Él escaló ya en un partido de posturas doctrinarias ambiguas, dividido, sin debate interno de ideas y órganos directivos que no ejercían sus verdaderas funciones; un partido secuestrado por caciques locales que venían desplazando a la militancia panista tradicional desde hacía tiempo, para sustituirla por clientelas manipulables y padrones controlados. Llegó a un partido que ya jugaba con esas reglas y, con ellas, logró posicionarse a la jefatura nacional y ahora a la candidatura presidencial.
Finalmente, los partidos son instrumentos de la sociedad. El ciudadano los utiliza cuando percibe que urge cambiar algo en su comunidad, y el PAN es quien mejor ha cumplido ese papel en la reciente historia de México. Anaya tiene amplio margen para legitimarse con panistas sinceros que tengan dudas sobre su candidatura, pero, sobre todo, tiene la oportunidad de legitimarse con la mayoría de los mexicanos, si logra el triunfo y como presidente de la República, se atreve a tomar acciones valientes para el bien de México.
En su estrategia política y en sus propuestas hay signos alentadores. Anaya tiene el mérito de hacer un claro deslinde con el PRI, con una crítica contundente de sus prácticas y de sus gobiernos, algo que es parte primordial de la esencia histórica del PAN. Y como consecuencia de ello, ha hecho énfasis en dos temas que son clave en estos momentos para México: La estructura de poder y de relaciones económicas de carácter mafioso, caciquil, de reparto discrecional de privilegios, auspiciada con dinero público y sostenida por una inmensa red de corrupción que existe en el país; y el “pacto de impunidad” que se construyó entre las fuerzas políticas desde que inició la transición, para cubrirse las espaldas en casos de corrupción, o para actuar contra alguien, sólo si está previamente acordado con el partido afectado.
Nuestro país no podrá lograr el crecimiento económico que necesita, ni volverse realmente competitivo en la economía mundial, o dar pasos serios para ir disminuyendo la desigualdad, mientras exista esa estructura y ese pacto que Fox no quiso desmantelar al triunfar la transición, aún con todo el capital político de esperanzas con que llegó, y que Calderón ya no pudo, dado el estrecho margen de su triunfo y el agresivo activismo desplegado en su contra por parte de las fuerzas de izquierda, que lo orillaron a negociar con el PRI.
Todos los candidatos presidenciales hablan de acabar con la corrupción, pero como algo etéreo, inasible, no ahondan en la red de complicidades concretas que le dan sustento, en la que están involucrados políticos, grandes empresarios, líderes sindicales, medios de comunicación, bufetes de abogados, periodistas, intelectuales, organizaciones delictivas toleradas por las autoridades, etc… Son “los dueños de México”. El candidato del PRI no habla de esto porque es su representante, es la garantía para esos poderes fácticos de que las cosas seguirán como están. López Obrador, cuando hablaba de “la mafia del poder” intentaba referirse a eso, sin poderlo explicar bien, como es su costumbre; y ahora menos, puesto que representantes de esos poderes fácticos son ahora sus asesores. Ni siquiera los candidatos independientes hablan de eso; solo Ricardo Anaya y el Frente. De ahí lo que Corral está haciendo en Chihuahua. Está vulnerando ese pacto de impunidad y las represalias han sido y serán aún más duras si se empeña en seguir investigando y denunciando, pues está tocando un nervio de esa red de complicidades que conforma la estructura mafiosa del poder en México.
El PRD es un partido desfondado, abandonado por la mayoría de sus fundadores, que entró a esta coalición para sobrevivir. Su base de sustento ha sido el gobierno de la Cd. de México durante 20 años, pero está a punto de perderlo en la siguiente elección. La coalición le permitirá dar la pelea a MORENA en la capital y en algunos municipios del Edo. de México donde aún tiene peso electoral. Movimiento Ciudadano funcionó como partido chico, pero con el tiempo ha ido creciendo. Se ha ido alejando del modelo de partido-negocio que ha caracterizado a otros partidos chicos, para crear una estructura y una identidad propia en distintas zonas del país. La declaración de su fundador, Dante Delgado, de que es parte de “una generación de políticos que le fallamos a México”, explica mucho de porque se unió a esta coalición para apoyar la candidatura de Ricardo Anaya.
La coalición “Por México al Frente” representa una esperanza de que pueda iniciarse un verdadero cambio de régimen, que no se ha podido dar, aún con la transición. O al menos, el fin del pacto de impunidad en el que los “dueños de México”, que siguen auspiciando un sistema de “cuotas y cuates”, se sometan por fin a la institucionalidad.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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