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La fuerza y fortaleza de Benedicto XVl
 
El anuncio
El dos de enero del 2012, toda la población de León, en el estado mexicano de Guanajuato, rompió todos los paradigmas de tranquilidad y mesura, para dar paso a una verdadera explosión de entusiasmo, alegría y cristiana felicidad.
René Mondragón
 
 
La nota era directa (https://www.univision.com/noticias/noticias-de-latinoamerica) el Papa Benedicto XVI visitaría la bien llamada capital mundial del calzado, a pesar de sus homólogos en la Toscana. El reportero escribiría: "El Santo Padre llegará proveniente de la ciduad(sic) de Roma al aeropuerto de León, estado de Guanajuato, la tarde del 23 de marzo de 2012, en donde será recibido personalmente por el presidente de México, Felipe Calderón", dijo en rueda de prensa el secretario general de la Conferencia, Víctor René Rodríguez.
Expectativas
Como siempre, la “comentocracia” y los “opinólogos” escudriñaban entre brebajes y alquimias políticas, el significado de la visita del Pontífice. Las interpretaciones fueron de lo más diverso: para algunos, era “la mejor prueba” de que el Papa Ratzinger vendría a apoyar a la extrema derecha mexicana, pues, finalmente, en su juventud a Joseph se le vinculaba con los nazis.
Para otros, la visita del Papa alemán ahondaría “la fractura” y “el cisma” de la iglesia católica, con los pensadores marxistas descafeinados y rociados con agua bendita. De aquellos que pensando como Carlos Marx, quisieran vivir como Carlos Slim. De esos tales, se rasgaron las vestiduras: ¡La Iglesia se volvería cada vez más radical, intolerante y dogmática! Los comentarios de Bernardo Barranco y del ex cura Athié resultaban desgarradores.
Los menos, planteaban la visita del sucesor de Pedro, como el benchmarking con san Juan Pablo II. Para esos, el papa Wojtila era el pontífice que “llenaba estadios, pero vació las Iglesias”. Benedicto, que durante mucho tiempo presidió la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, dejaría de ser “tan popular” y “más apegado al magisterio”.
Para muchos más, la visita de Benedicto XVI traía consigo un enorme regalo de Dios para la Iglesia en México. De inicio, porque visitar la Montaña del Cubilete, con el profundo e intenso significado que tiene para los mexicanos el grito de ¡Viva Cristo Rey!, parecía espléndido.
El contraste
Las continuas menciones de los mensajes, textos, alocuciones y encíclicas de Juan Pablo II, evidenciaron para todos, que no solo había unidad en la doctrina y lo sustantivo, sino que, además, el sendero de Pedro era el mismo.
Los millones de mexicanos que –literalmente detuvieron la marcha del país durante su visita- volvieron mexicano a Joseph Ratzinger.
Igual que en otras visitas del Papa, a Benedicto XVI lo desvelaron las serenatas y lo “desmañanaron” las “mañanitas”, interpretadas por todos aquellos que querían que Benedicto se llevara en el corazón, un poco de su canto…de nuestro canto y de esa música tan nuestra.
A pesar de los esfuerzos de algunos tíos que comen curas al mojo de ajo, invitando a la gente a que no asistiera a los eventos con el Papa, porque los niños corrían graves riesgos…a los mexicanos –a esos que sienten la fe cocida en la piel- les importó un soberano pepino. Los mexicanos demostraron que se puede ser ordenado y participar con enorme alegría cuando les une un ideal superior y una causa trascendente, más allá…mucho más lejos que las tragedias, los tsunamis y los sismos.
Los primeros datos duros empezaron a viralizarse: Benedicto superaba ya varios millones de contactos en su página de Facebook. Esto dio pauta para que surgiera en todo lo alto la creatividad y el talento nacional. La frase no dejó lugar a dudas: “¡Benedicto XVI…agrégame a tu Face!”
La tan cacareada seriedad del Pontífice se derrumbó ante los ojos de aquellos que lo sentíamos cerca. Un alarido resonó por todos los rincones de México, cuando –con especial gallardía, a pesar de su edad- Benedicto XVI portó un sombrero de charro.
Apunte del escribano
Una fotografía publicada en un diario local de la ciudad de León, Guanajuato, sirvió como colofón para esta entrega. La pequeña María Inés Ramírez, a sus cinco años de edad, miraba extasiada el rostro del Papa a las afueras del Colegio Miraflores. Cuando Benedicto XVI la vio, le correspondió con una sonrisa y le acarició la mejilla. Esa toma es algo tan providencial como profético. Nuestro pueblo se sintió representado por esa pequeña… y en ella, todos compartimos el recuerdo de Benedicto.
A unos años de aquellos momentos, el escribano cree prudente hacer suyas las palabras del Salmista: ¡Qué grande es Dios, estemos alegres!, porque seguimos siendo la fuerza y la fortaleza del Papa emérito.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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