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El santo olvidado
 
Tanto Bartolomé Gutiérrez como su tocayo se encuentran en la penosa situación de santos olvidados.
Nemesio Rodríguez Lois
 
 
A partir del largo pontificado de San Juan Pablo II, la lista de mexicanos que subieron a los altares se incrementó de manera exponencial.
Hasta 1978, año en que el Cardenal Karol Wojtyla fue elegido Sumo Pontífice, solamente un mexicano era venerado como santo: San Felipe de Jesús martirizado en Japón en 1597.
Pues bien, gracias al amor que San Juan Pablo sentía por México, fue posible que llegasen a los altares el Padre Pro, Junípero Serra, Juan Diego y una larga lista de sacerdotes y seglares sacrificados durante la Cristiada.
Eso sin contar sacerdotes y monjas virtuosas como el Padre Yermo o la Madre Nati.
Sin embargo, algo que muy pocos saben es que, desde hace más de siglo y medio, existen otros dos mexicanos que se encuentran en la antesala de la canonización y que, por una u otra razón, no han podido pasar de beatos.
Nos referimos al Dieguino Bartolomé Laurel y a Agustino Bartolomé Gutiérrez. Ambos, al igual que San Felipe de Jesús, fueron martirizados en Japón.
En esta ocasión -porque el corto espacio nos lo impide- hablaremos tan sólo de Bartolomé Gutiérrez quien nació a fines de agosto de 1580 en una casa que aún se conserva en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México.
Este personaje, emparentado con Fray Alonso de la Vera Cruz- desde muy pequeño siente germinar la vocación religiosa, lo admiten en la Orden de San Agustín, profesa en junio de 1597 y realiza estudios de Filosofía y Teología en el convento de Yuriria (Guanajuato).
Años después, lo ordenan sacerdote, reside en Puebla pero, como bullía dentro de sí la inquietud misionera, lo envían al Japón a predicar el Evangelio entre los paganos.
Y será en el atribulado Japón de principios del siglo XVII -en medio de una implacable persecución- donde Fray Bartolomé Gutiérrez realice un fructífero apostolado que se habría de prolongar durante más de quince años.
Y lo que tenía que pasar pasó: Fue capturado, torturado y quemado a fuego lento el 3 de septiembre de 1632.
En vista de que aceptó muerte y tormentos con ejemplar resignación, así como pidiendo por la conversión de sus verdugos, la Iglesia reconoció su calidad de mártir y fue así como Pío IX, por medio del Breve “Martyrum rigata sanguine” lo beatifica -junto con otros 204 mártires- el 7 de mayo de 1867.
Desde entonces el beato Bartolomé Gutiérrez no ha sido canonizado, lo cual hace que, dentro de la Iglesia en México, se haya convertido en un auténtico santo olvidado.
Aunque, pensándolo bien, eso de “santo olvidado” es un decir puesto que hay varios elementos que nos convencen de lo contrario:
• En primer lugar diremos que, cada 3 de septiembre, la comunidad agustina celebra con todos los honores la fiesta de este personaje.
• En el Centro Histórico de la Ciudad de México, en la esquina que forman las calles de Donceles y Brasil, -sobre la acera que da a esta última- una placa recuerda que en esa casa nació el beato.
• En el convento de Yuriria existe la Capilla del Beato que es un pequeño recinto que congrega a los frailes a orar pidiendo la intercesión del mártir.
• En la catedral de Puebla, en la capilla donde se encuentra la sepultura del Venerable Ramón Ibarra, se puede apreciar una escultura polícroma bellamente tallada del mártir agustino.
• En la sacristía del Templo de la Profesa (Ciudad de México) dos bustos polícromos artísticamente tallados recuerdan a los dos beatos: Bartolomé Gutiérrez y Bartolomé Laurel. Estas bellísimas piezas de arte se las debemos a la generosidad del dinámico e inolvidable canónigo don Luis Ávila Blancas.
• También a la generosidad del doctor don Juan Mora Ortiz, debemos que, en 1985, se haya edificado una capilla en honor de ambos beatos. En su interior, dos cuadros representan su martirio. Dicha capilla se encuentra cerca de la Avenida Margarita Maza de Juárez, Colonia La Patera, allá por los rumbos de Azcapotzalco.
Fuera de eso, nada. Tanto Bartolomé Gutiérrez como su tocayo se encuentran en la penosa situación de santos olvidados.
Pudiera pensarse que este olvido es por causa del poco interés que, allá en la Ciudad Eterna, pone la Congregación encargada de sacar adelante las causas de canonización.
Sin embargo, tomando en cuenta que es muy cierto aquello que “de Roma viene lo que a Roma va” quizás la culpa de este olvido no lo tengan tanto los de allá sino más bien los de acá.
Para que en Roma los tomen en cuenta, es necesario que aquí los den a conocer fomentando su culto.
Mucho ayudaría el que -aparte de lo mucho que podría hacer la Conferencia del Episcopado Mexicano- en cada diócesis se construyesen templos o consagrasen capillas en honor de ambos mártires.
Al mismo tiempo, sería de gran utilidad que -por medio de libros, folletos, discos, conferencias, DVD e incluso estampas- se difundiesen la vida, virtudes y martirios de ambos.
Una vez que el pueblo los conozca, será muy fácil que los admire, los venere y los invoque.
Y pudiera ocurrir que, fruto de alguna invocación, sea por intercesión del Bartolomé Agustino o del Bartolomé Dieguino, se produjera algún milagro.
Y entonces sí; al existir ese milagro que Roma requiere -una vez estudiado con rigor médico y científico- el paso siguiente sería una solemne ceremonia de canonización.
¿Será ello posible? ¿Lo veremos algún día? ¿Qué tan dispuestos están nuestros obispos a dar un paso tan importante?
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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