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Pablo el caminante eterno, capítulo LII. Por quinta y última vez
 
Juan, el caminante, continúa con las misiones que Dios le ha dado en su vida.
Jorge Espinosa Cano
 
 
En Cesarea, Pablo llegó a casa de su amigo Felipe, con quien se sentía muy cómodo, y con quien podía intercambiar sus más profundas ideas. Pablo se encontraba muy impresionado por el profundo ambiente cristiano que se vivía en esa familia, las hijas de Felipe eran muy virtuosas, y toda la atmósfera que se respiraba en el ambiente era de paz y amor.
Pero como de costumbre, cuando todo parece marchar de la mejor manera, siempre hay un inconveniente, y resulta que apareció por ahí un profeta que venía de Jerusalén con la misión de impedir que Pablo llegase a la ciudad, sin embargo, el apóstol estaba acostumbrado a pasar sobre muchas dificultades, y esta era únicamente una más.
Por fin, llegaba a Jerusalén en la víspera de la fiesta de Pentecostés, por lo mismo llegaban peregrinos de muchas partes y Pablo encontró acomodo en la casa de un antiguo discípulo llamado Masón.
La situación en la ciudad no era nada fácil, una multitud de terroristas judíos permeaba la zona, había también un número de cristianos que seguían en contra de Pablo porque enseñaba que los cristianos no estaban obligados a seguir con las pesadas cargas de la ley judía.
Santiago ya estaba viejo y cansado de combatir a los extremistas que trataban de seguir judaizando, sin embargo, fue recibido respetuosamente por la asamblea. Pablo hablaba con toda solemnidad y fue narrando cómo después de haber sido el gran perseguidor, Jesús mismo lo había convertido y le había signado la gran misión se predicar a los gentiles.
Todo marchaba muy bien hasta que algunos de los hermanos empezaron a decir a Pablo que un grupo decía que era un traidor a Moisés, y se dedicaba a apartar a los hermanos de las tradiciones. Pablo se sintió muy decepcionado, pero con el fin de no crear más disensiones aceptó lo que le aconsejaron, que fue cumplir con las normas judías para presentarse al templo, de tal manera que los judaizantes no pudieran acusarlo.
Seguramente, Pablo pasó momentos muy amargos, pues con esta acción parecía contradecir lo que tantas veces había defendido, sin embargo, a veces por razones superiores hay que hacer cosas que parecen incongruentes, y pese a esto todo salió mal. Al estar Pablo en el templo, de pronto empezaron a gritar que ahí estaba un renegado profanando el templo y la multitud se arrojó contra el apóstol, y si no hubiera sido por un contingente de soldados que lo tomó prisionero confundiéndolo con un egipcio agitador que estaban buscando, ahí donde fue sacrificado Esteban hubiera terminado esta historia.
El tribuno Caludio Lisias que esperaba al egipcio, se sintió decepcionado, y entonces simplemente mandó azotar a Pablo, cuando uno de sus hombres le aclaró que no era un simple judío, sino un ciudadano romano. El tribuno solicito la aclaración al mismo Pablo que le dejó muy claro que sí era ciudadano romano.
Así libró Pablo esta primera instancia en la que pensó que su vida terminaría ahí donde él había sido testigo de la muerte del primer mártir, pero Dios tenía otros planes, porque la misión de Pablo todavía estaba inconclusa, y tendría que pasar todavía por muchas amarguras antes de ver concluida su misión.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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