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AMLO sigue en campaña
 
El discurso de AMLO pareció ser más una continuación de su campaña.
Salvador Flores Llamas
 
EUM SEIE 4 diciembre 2018.-
 
Al protestar como presidente de México López Obrador volvió a derramar promesas; con decir que en el discurso del Zócalo lanzó 100; también emitió muchos símbolos, como de acercarse a Donald Trump, a Evo Morales y, sobre todo a Maduro, con quien hizo el pacto de luchar por “la patria grande”. (¿Cuál es?)
De cumplir la mitad de sus reiteradas promesas, México cambiará por arte de magia; pero sus tiempos no corresponden al ritmo de las cosas, tampoco se sabe de dónde sacará el dinero, pues prometió no contraer más deuda, el presupuesto dejará poco margen y tampoco la alcanzarán los millones que ahorrará al combatir la corrupción, que, además, no “barrerá” de un escobazo.
Lanzó invectivas a su antecesor en plena cara, tras entregarle la banda, y simbolizan que Peña Nieto debe poner la barba a remojar, porque “el pueblo bueno y sabio” puede ordenar a Amlo gillotinarlo, en la consulta que anunció realizará en marzo venidero.
En el Zócalo de plano dijo, ya sin darle vueltas, que por la corrupción e impunidad de los últimos gobiernos neoliberales recibió “un país en quiebra” con altísimos índices de criminalidad, pero no señaló, ni como probables culpables, a las mafias del narco, a las que ha querido amnistiar, aunque se topó con la oposición de las familias de sus víctimas.
¿Qué indica ese simbolismo de amnistía?
Prometió respeto a las inversiones nacionales y foráneas y les auguró buenos dividendos, pues “mejorará nuestra economía”, para calmar a inversores y a las calificadoras internacionales; que no creen en promesas y requieren hechos permanentes para que no se desplomen las bolsas, no se deprecien las grandes empresas ni el dólar, y que ya no salgan legisladores morenistas con puntadas irracionales.
Tal confianza tampoco la recuperará con sus consultas populares, reprobadas por medio mundo, y anunció que las continuará, pese a la disminución del número de votantes en la última, pues las estiman fraudulentas, y la llamada democracia participativa le cayó mal al pueblo.
Otro problema es que Andrés cree que las cosas se realizarán en los tiempos que él fije, como en Santa Lucía y en la refinería Dos Bocas, aún sin proyectos bien definidos ni financiamiento seguro, aparte de que toda obra pública sufre retrasos por imprevistos y demás.
Reprobó reiteradamente la honestidad; dijo que ni en sus familiares la aceptará, pero ya mandó reformar la ley en Tabasco para que el contrato de Dos Bocas se otorgue directo, dijo que los convoyes del Tren Maya los fabricará Bombardier en Ciudad Sahagún, y los millones de árboles frutales y maderables que sembrará en el sur y sureste provendrán de los viveros que tiene allá Alfonso Romo, el jefe de su oficina presidencial.
Ahí, por lo menos, hay conflicto de intereses.
Empero, la esperanza renació en muchos mexicanos con su toma de posesión y muchos le siguen teniendo ley. Pero llegó la hora de pasar de las promesas –y si éstas fueran menos, sería mejor– a los hechos, porque la campaña quedó muy lejos y, tiene razón en lo que afirmó en el Palacio Legislativo: “No tengo derecho a fallarle a México”.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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