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Los buenos modales se aprenden en casa
 
En los buenos modales se plasma el sentido común de hacer grata la vida. Si no descubrimos este motivo en el día a día nos causamos muchos inconvenientes, simplemente por dejarnos llevar por la superficialidad y la rebeldía.
Ana Teresa López de Llergo
 
 
Con el mal entendido modo de ver los buenos modales nos hemos labrado una fosa para la convivencia diaria, porque esa interpretación también ha deteriorado la educación, la urbanidad, la cortesía, la amabilidad. Los buenos modales se achacan a personas hipócritas o sin personalidad porque les reprochan ser seguidores de tradiciones impuestas, como si fueran “mansos corderos”.
Tal vez esta idea resulta muy fuerte, y lo es, pero es importante que tratemos de poner un alto a este declive y nos empeñemos en practicar nuevamente los buenos modales.
En primer lugar, vamos a quitar lo peyorativo que ha empañado al concepto de los buenos modales y a muchos, sobre todo jóvenes, los ha inducido a despreciarlos. Tal vez porque efectivamente hay personas poco coherentes que viven el trato educado solamente como una artificial conducta externa y ocultan una interioridad muy deteriorada, con el propósito de aparentar ser buenos y poder lograr toda clase de beneficios, como fama, honores y riquezas. Esto es una caricatura de la grandeza que encierra el sentido pleno del buen trato a los demás.
Dejemos de lado a las personas oportunistas, poco sinceras, con doblez de vida y vayamos a qué son los buenos modales y los beneficios que les acompañan.
Los buenos modales son la consecuencia de la tendencia encerada, en toda persona, de superarse y de dar lo mejor a quienes les rodean. Esto es una de tantas evidencias de las dimensiones individual y social. También es la muestra del sentido de trascendencia del ser humano, pues atesora sus logros y los comparte más allá de su tiempo y espacio. Con los buenos modales se vive el respeto debido a toda persona.
La persona recibe una naturaleza con una gran riqueza interior y, buena parte de la finalidad de la vida terrena consiste en sacar a la luz lo que está oculto. El conjunto de aportaciones nobles de cada quién producen la cultura, herencia recogida por las subsiguientes generaciones. Esto logra un enriquecimiento acumulado, conservado porque se valora y muestra los alcances de la especie humana.
Por lo tanto, en los buenos modales se plasma el sentido común de hacer grata la vida. Si no descubrimos este motivo en el día a día nos causamos muchos inconvenientes, simplemente por dejarnos llevar por la superficialidad y también por una buena dosis de rebeldía, tontamente decimos ¿por qué he de hacerlo como los demás?
Los códigos de educación facilitan el modo de conducirnos e incluso ayudan a movernos con elegancia. En este sentido los buenos modales proporcionan a las personas, sean o no de ese grupo, una plataforma para incorporarse apropiadamente en cualquier evento. Y, esto se transmite en la familia –de padres a hijos– de modo extraordinariamente natural. Por eso, es imprescindible tener y defender esos encuentros insustituibles.
Pero, hay una condición, los padres deben estar presentes. Deben defender esas horas de su presencia activa, directiva, oportuna y firmemente amable. Sin ello no existen momentos de sociabilidad educativa, porque las buenas maneras tienen como finalidad convivir del modo más grato. Si los niños están solos obviamente no aprenderán a saludar, tampoco a pedir permiso o a pedir perdón. Mucho menos se les ocurrirá agradecer o a darse cuenta de que los demás tienen las mismas necesidades que ellos y no se les ocurrirá ayudar.
La soledad es causa del individualismo, del aislamiento incomprensivo, de la incapacidad para abrirse a los demás. No hay diálogo sino monólogos donde todos hablan al mismo tiempo, se desahogan pero no se escuchan. Todo esto es causa de una tremenda insatisfacción, difícil de solucionar porque no se han experimentado los beneficios de la ayuda mutua.
La presencia de los padres impulsa a los hijos a darse cuenta de las necesidades de los hermanos, de los mismos padres y de otras personas. Les enseñan a prestar servicios, a realizarlos aunque no les venga en gana, sobre todo, a realizarlos de buen modo.
La mesa en común es una oportunidad de forjar un ambiente de grata convivencia, cuidando el modo de llevar la comida a la boca, de compartir los alimentos, de utilizar la vajilla y los cubiertos. De pedir las cosas por favor y dar las gracias cuando se las proporcionan. Si están solos, las personas no aprenden todos estos detalles.
Lo mismo se puede decir de las habitaciones de uso común o de los recursos electrónicos para la distensión y el descanso. Cuando en la familia se cuenta con suficientes recursos, para evitar problemas, muchas veces los padres proveen –en la habitación de cada uno–, del equipo necesario para evitar pleitos. Esta es una solución indebida pues también fomenta el individualismo.
Los padres también cuentan con la ayuda de la escuela, por eso deben elegirla bien. En la escuela reforzarán los aprendizajes del hogar y aprenderán otros. También lo harán más adelante en el trabajo. Pero es necesaria la base recibida en casa. Si ésta no existe, el retraso hará del aprendizaje algo más dificultoso y traumático, pues la incorporación al sistema escolar, de natural con sus dificultades, se agravará por la poca soltura de los pequeños en el trato a los demás compañeritos. Además, los otros niños al sorprenderse por las faltas de educación, al principio, les rechazarán.
Eso mismo puede suceder cuando empiezan a trabajar.
Los buenos modales hacen grata la vida. Por ejemplo, al pedir permiso para hacer uso de algún objeto que está al servicio de todos, impide el enojo de quienes también lo necesitan, ya saben quién lo tiene. Y así, mil detalles que si se cuidan hacen muy amable la convivencia y nos salvan de vivir en una especie de jungla, porque respetamos a los demás de acuerdo a su dignidad.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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