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Stephen Hawking y la tragedia de la desesperanza, un comentario sobre "La teoría del todo"
 
¿Recuerdas esa famosa película sobre Stephen Hawking, "La teoría del todo"? Unas palabras de esa película, citadas en una reunión de amigos, en referencia a las motivaciones del científico inglés merecen una reflexión.
Javier Algara
 
INGLATERRA SEIE 14 marzo 2018
 
"La teoría del todo" es una película muy emotiva, a la vez que interpeladora, sobre el gran científico británico Stephen Hawking. Recientemente, en charla con algunos amigos, se hicieron algunos comentarios respecto a dicha cinta. La mayoría de quienes en su momento tuvimos oportunidad de verla recordamos haber salido de la sala cinematográfica emocionados e impactados por el ejemplo de fuerza de voluntad y por la inteligencia incomparable del celebérrimo físico. La mayor parte de los seres humanos con seguridad nos hubiéramos quebrado ante el dolor físico que Hawking debe soportar diariamente, y hubiéramos sucumbido a los retos intelectuales que él ha superado con tanta brillantez. Uno de sus libros, "Breve historia del Tiempo", se ha convertido en un clásico y ha sido traducida a muchos idiomas. Bien merecida tiene Stephen Hawking la admiración que el mundo le prodiga.
En la última escena de la película, filmada en un auditorio lleno de espectadores embelesados y fascinados por la aparente incongruencia del cuerpo contrahecho de Hawking y su brillante inteligencia, uno de ellos le lanza una pregunta: “usted afirma no creer en Dios. ¿Qué es lo que lo mueve a continuar sus trabajos científicos en condiciones tan difíciles?". Luego de un breve momento de silencio, el profesor de Oxford y Cambridge responde, a través del sofisticado equipo que debe usar para comunicarse, con una frase que provoca que el auditorio se ponga de pie para aplaudir largamente: "mientras hay vida hay esperanza". La frase, al parecer, no es original del célebre físico, pero habiendo salido de los labios de quien tanto la película como la realidad muestran como un ejemplo de fortaleza humana, capaz de sobreponerse al avance de su enfermedad degenerativa, a la vez que como prototipo del científico capaz de desentrañar cualquier misterio del universo, esas palabras adquieren matices de sabiduría pura.
Analizadas esa palabras con cuidado, sin embargo, más parecen ser las de un condenado a muerte que se aferra a los últimos hilachos de esperanza de que su sentencia será conmutada antes de que se le obligue a marchar hacia la silla eléctrica. Porque, si el afamado científico no cree en Dios, ¿en qué otra cosa espera sino en lo que él mismo puede hacer antes de morir? ¿Qué más puede motivar a Hawking y a tantos otros que como él descartan la existencia de Dios como una simple fábula o refugio de mentes débiles? ¿Es suficiente motivación para vivir, trabajar, desentrañar los misterios del cosmos, servir a los demás, casarse y tener hijos el buscar ser felices hasta que la muerte termine con nuestra historia personal y todo lo que hayamos hecho en ella deje de tener sentido para nosotros, puesto que no hay nada después de la muerte? ¿Vale la pena trabajar incansables para superar las enfermedades y los desafíos de la ciencia con el único objeto de ver un mundo mejor antes de morir y convertirnos en polvo, en un mero recuerdo en la memoria de los demás? ¿O en qué consiste la esperanza de la que Hawking afirma que justifica el que él continúe trabajando hasta el día de su muerte, a sabiendas de que a partir de ese día ninguno de sus logros científicos o sus victorias sobre el dolor físico tendrá significado alguno para él?
Lamentablemente, la tragedia de Stephen Hawking es compartida por muchos millones de habitantes de nuestro planeta. El Papa Juan Pablo II describió en 2003, en su exhortación apostólica "Ecclesia in Europa", una realidad que la Iglesia percibía entonces en ese continente, pero que es claramente patente también hoy en otros continentes: "en la época que estamos viviendo, con sus propios retos, hay algo que resulta en cierto modo desconcertante: tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo." La falta de esperanza en algo trascendente, que esté más allá de las realidades materiales que constituyen nuestra cotidianidad, y que sea capaz de explicar nuestro deseo innato de superar tales realidades, hace que la esperanza a la que se aferra Hawking sea un contrasentido, una esperanza que no espera nada.
Para los cristianos, la Pascua, que celebraremos dentro de unas semanas, es la mejor garantía de que nuestra esperanza no es ilusoria. Cristo pasó realmente de la muerte a la vida sin fin. El objetivo de nuestra esperanza es poder vivir como Él, y con Él, luego de la muerte, como premio por haber colaborado corresponsablemente en la construcción de un mundo mejor. Cristo resucitado es la garantía de lo que esperamos.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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