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Los buenos somos más, pero…
 
La mayoría de la gente es “buena”, pero mucho de eso bueno se lo guarda para sí, para su familia o un pequeño círculo.
Escrito por Salvador I. Reding V..
 
 
Si, la mayoría de la gente es “buena”, pero mucho de eso bueno se lo guarda para sí, para su familia o un pequeño círculo. Hablamos de la defensa débil o ausente de los grandes valores que Dios ha puesto en las almas. Ver los ataques e intentos de imponer mental y legalmente medidas en contra de la vida, la familia, el matrimonio o la propia religión, causa desde alguna preocupación hasta alarma en quienes se apegan a los valores fundamentales, eternos del hombre. Pero la mayoría no hace algo al respecto. Allí está el “pero”. Repasemos un poco el tema.

El Señor nos lo advirtió, que “los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz” (Lc 16:8). Y esa astucia, esa sagacidad, que en el evangelio se refiere a un acto de corrupción del administrador despedido, aplica para las actividades de quienes van más en favor de los intereses del mundo, del mal o del interés personal mal habido.

Vivimos una generación en la cual el uso del poder, de los cargos de mando o de influencia, o de los medios de comunicación o hasta académicos, está siendo sagazmente usado por los enemigos de Dios para imponer en el mundo antivalores, no solamente en la mente de la gente, sino en las legislaciones, para convertir en “derechos” y obligaciones, medidas y actos en contra de la vida, la familia, el matrimonio y en especial, aunque más sutilmente, en contra de la religión y de derechos humanos fundamentales.

Desde los medios nacionales hasta en los internacionales, los enemigos de Dios luchan activamente para imponer, hasta por la fuerza de acciones penales, el aborto, la eutanasia, falsos y antinaturales conceptos de familia y matrimonio, de la sexualidad y más. Se imponen restricciones a derechos de familia sobre la educación de los hijos y de la libertad de hablar en defensa de los principios y valores que desde siempre han estado innatos en las personas.

Nada es nuevo de lo que ahora digo, se vive todos los días, pero los “buenos”, en su inmensa mayoría, nada hacen al respecto. Mientras minorías ruidosas, infiltradas sagazmente en medios de poder y comunicación van ganando terreno y convenciendo a la juventud de que los que está bien en realidad está mal, las voces que se levantan en defensa de eso que está bien, no son solamente muy pocas, sino también ignoradas y hasta despreciadas. Así, por ejemplo, escuchamos a quienes, siendo partidarios de la vida, dicen que “ya está bueno con eso del aborto, ya cambien de tema…”

La responsabilidad de cada creyente de evangelizar al mundo no se limita a mantener en la mente o en un pequeño círculo la Verdad evangélica, sino en llevar la palabra de Dios en todo lo que puedan decir al respecto, y en especial, a predicar con el ejemplo de una vida recta diaria. Y a poner en evidencia a quienes van en contra de la Verdad del Señor, así como el mismo Jesús llamó y exhibió a los hipócritas como tales, como “sepulcros blanqueados”. Evidenciar la trasgresión de valores y de falsas prédicas e intentos de imponer antivalores en leyes y reglamentos. No quedarse callados con un enojo interno, mudo.

Los defensores de la Verdad evangélica en la academia, los medios de comunicación, en la política y en diversas organizaciones sociales, no deben quedarse solos, es grave responsabilidad de cada creyente que se piensa fiel al Señor, apoyarlos. Las voces papales, episcopales, presbiteriales y laicales que pueden llegar a muchas personas necesitan del apoyo de las mayorías que no tienen esa gran oportunidad de clamar por la Verdad a grandes voces. La única forma de que las mismas lleguen a más personas, para que no sean prédicas en el desierto, es el apoyo y difusión de quienes son escuchas o lectores convencidos de esa Verdad.

Así, cuando alguien hable o escriba en contra de la Verdad del Señor, el creyente debe tomar su propia palabra para defenderla, para enfrentar esa Verdad a la maldad, para replicar y para predicarla como los valores de la vida, la familia, el matrimonio, el derecho a la educación de los hijos y a la libertad religiosa. Que esos “buenos”, que son más, hablen y actúen también como mayoría frente a los pocos perversos que no callan y que trabajan en contra de la Verdad.
Hay que orar ¡y actuar! para pedir al Señor la fuerza necesaria para defenderlo frente a los voceros de la maldad humana. Acabemos con ese “pero” de no acudir al llamado divino de ser mensajeros y ejemplos abiertos de la Verdad. Convirtámonos de espectadores pasivos en actores activos del Evangelio.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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